divendres, 23 de maig del 2014

El responsable de la purga de los periodistas era un humorista

Al finalizar la guerra civil, se intaló en la Asociación de la Prensa de Madrid un Tribunal Militar de Prensa que aplicó una durísima purga a la profesión. Al menos 15 periodistas fueron fusilados en Madrid en los meses siguientes, entre ellos Javier Bueno, presidente de la Agrupación Profesional de Periodistas de la UGT, que se había hecho con el control de la APM en las primeras semanas de la guerra. Julián Zugazagoitia, Manuel Cruz Salido o Manuel Navarro Ballesteros fueron otros de los pasados por las armas. Las condenas conmutadas por prisión también abundaron, aunque los presos vivieron meses o años con la angustia de tener la pena sobre su cabeza mientras se fusilaba a diario.
Decenas de periodistas pasaron por el tribunal que presidía el juez Manuel Martínez Gargallo, un personaje mencionado en diversos textos que evocan aquellos procesos. Sin embargo, hasta ahora nadie se había fijado en su trayectoria anterior y eso es lo que ha hecho el catedrático de la Universidad de Alicante Juan Antonio Rios Carratalá. Resulta que el propio Martínez Gargallo tenía un pasado periodístico y que estuvo unido por una estrecha amistad con el célebre César González Ruano, famoso por su afilada pluma, sus simpatías franquistas y su falta de escrúpulos.
Martinez Gargallo había colaborado en prensa con el pseudónimo de Manuel Lázaro y publicó en ABC, Blanco y Negro, el diario vespertino La Voz y el semanario satírico Buen Humor, entre otras. Allí fantaseó con hipopótamos que hablaban y extracciones de órganos a lo vivo en textos que transitaban del humor más blanco al negro absoluto.
Frecuentaba el café Europeo, en la glorieta de Bilbao, donde se encontraba una tertulia de cachorros del fascismo, como Rafael Sánchez Mazas, Samuel Ros y Enrique Jardiel Poncela. Pero su vida literaria se detuvo en seco al decidir el joven Martínez Gargallo priorizar su carrera de derecho con el resultado de obtener plaza de juez en 1931.
Pocas semanas antes de la proclamación de la República, Heraldo de Madrid le dedicó un artículo de despedida del mundo de la prensa reseñando su éxito en las oposiciones del ministerio de Justicia. El texto contenía una escalofriante petición: "a mi ya no me procesa más que usted", lo que años más tarde se cumpliría al pie de la letra, pero sin la benignidad que el redactor del artículo esperaba de un colaborador literario de la prensa.
Prueba de ello es el caso de Diego San José, escritor y periodista que perteneció a la redacción de El Liberal y Heraldo de Madrid. San José permaneció en Madrid trabajando hasta el fin de la guerra. Se le procesó y fue condenado a 12 años de prisión, pero un fiscal intervino para endurecer la pena y el juez Gargallo colaboró. Lo más triste es la motivación del fiscal Juan Pérez de la Ossa, pues su familia guardaba rencor contra San José por la crítica negativa que este escribiera años antes sobre una novela del hermano del fiscal, el novelista Huberto Pérez de la Ossa. Rencillas literarias que se saldaron con una pena de muerte, afortunadamente conmutada por la intervención de otro personaje de la época, el general Millán Astray, que resultó ser admirador de las novelas de Diego San José. Vueltas y más vueltas de los personajes que vivieron aquellos años trágicos en los que los factores personales superaban a menudo procedimientos, leyes y hasta simpatías políticas

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